Vivimos una época en la que el lenguaje está en crisis. No por falta de palabras, sino por exceso de ruido.

José Antonio Marina lo expresa con claridad cuando dice:

“Lo que es respetable no es toda opinión, sino el derecho a exponerla. Las opiniones deben venir acompañadas de argumentación si quieren ser tomadas en serio… Pero estamos perdiendo esa capacidad. Hay una pereza argumental. Y eso nos debería preocupar.”

La afirmación va más allá de lo académico. Se sitúa en un lugar incómodo, pero urgente: el deterioro de la argumentación como base del diálogo humano.

Desde la ontología del lenguaje, sabemos que el lenguaje no solo describe la realidad: la crea, la transforma, la limita o la amplía. Y no viene solo: forma un triángulo indivisible con el cuerpo y la emoción. Somos seres que existimos desde ese entrelazamiento.

Cuando el lenguaje falla —por ausencia, por banalización, por pereza o por saturación— no solo se rompe la conversación, se interrumpe el vínculo humano, el mapa primario que nos permite comprender(nos).

No es solo que opinamos sin argumentar. Es que ya no nos importa argumentar. Nos basta con lanzar lo que sentimos o creemos, sin hacernos cargo de su sentido, su impacto o su verdad. El lenguaje ha quedado atrapado entre el impulso emocional y el atajo digital.

Y cuando eso ocurre, el ser humano queda empobrecido: sin matices, sin posibilidad de reinterpretación, sin espacio para lo nuevo. Como sociedad, nos volvemos sordos, ciegos y mudos a la diferencia, la complejidad y la incertidumbre.

Recuperar la dignidad del lenguaje es más que un acto pedagógico: es una responsabilidad ontológica, ética y política.

Porque si dejamos de sostener el lenguaje como herramienta de sentido, ¿qué nos queda para nombrar lo humano? ¿Cómo vamos a habitar lo común si ya no tenemos palabras compartidas?

En momentos de crisis, necesitamos conversaciones verdaderas. Y para eso, hace falta algo más que palabras: hace falta cuerpo, emoción y coraje.

Quizás no haya otra salida más humana que esa: volver a mirarnos, volver a escucharnos, volver a nombrar juntos lo que nos duele, lo que nos divide y también lo que nos une. Porque allí donde el lenguaje se recupera con verdad y respeto, algo esencial se reencuentra. Algo que aún nos puede salvar.

Pd.  https://www.instagram.com/p/DJlqw-GopRi/