En los últimos años, hace ya demasiados, el coaching ha sido tomado por figuras que se repiten como clichés y que, sin embargo, siguen acumulando poder, influencia y estudiantes a su alrededor: el Gurú.

No nos referimos a líderes inspiradores, ni a voces comprometidas con la transformación humana. Nos referimos a figuras que sostienen su autoridad en un pedestal, que predican desde la certeza, que venden fórmulas estandarizadas disfrazadas de sabiduría, los “referentes incuestionables”, figuras que, bajo el discurso de la transformación, han terminado anestesiando el pensamiento crítico y en ese camino, la esencia del coaching, basada en la escucha, la humildad y la capacidad de cuestionar, se ha ido diluyendo, dando paso a un modelo donde importa más la venta que el valor real que se ofrece.

Una vez escuché una frase que, con algo de ironía, resume esta situación: “hubo un coach que lo pensó, otro que lo escribió, otro que lo contó… y últimamente, también hay uno que lo bailó.” Y aunque suena exagerado, refleja un fenómeno real: la banalización de la práctica, donde lo esencial se diluye entre la espectacularización y la repetición vacía. Da miedo ver cómo una profesión tan arraigada en el respeto por la dignidad humana puede convertirse en un espectáculo que gira en torno a egos y cifras de venta.

En el corazón del coaching ontológico reside una profunda vocación humanística, una invitación a la reflexión y al crecimiento desde la humildad del ser, pero estos personajes han transformado una disciplina de acompañamiento en un lucrativo negocio centrado en su propia marca personal. Se erigen como «sumos sacerdotes» de un conocimiento que, aunque a menudo se presenta como una revelación propia, bebe de fuentes mucho más antiguas y vastas, desde los albores del pensamiento. Han mercantilizado la ontología, vendiendo «paquetes» de transformación y formando ejércitos de coaches a su imagen y semejanza, perpetuando un modelo donde la admiración al líder sofoca la autonomía del aprendizaje y la riqueza de la diversidad de perspectivas.

La pedagogía congelada

Algunas de estas figuras llevan más de 30 años repitiendo el mismo modelo educativo, los mismos mapas conceptuales, las mismas dinámicas, las mismas frases impactantes que alguna vez abrieron preguntas… y que hoy ya no abren nada. La vida ha cambiado. El lenguaje ha cambiado. Las necesidades del alma (de nuestra “particular forma de ser”) contemporánea se han vuelto más complejas. Pero el “líder carismático” permanece encerrado en su propio relato de éxito, sin revisar sus premisas, sin poner en duda sus métodos, como mucho “maquillándolos”.

Se forman coaches con materiales desactualizados, con supuestos ontológicos que no han sido revisados a la luz del presente, con modelos de autoridad vertical que desdibujan la raíz del coaching: no imponer respuestas, sino habitar la pregunta

El negocio disfrazado de mística

Detrás de la narrativa transformacional, hay un modelo de negocio que no se nombra: una formación interminable, con certificaciones sucesivas y títulos que encuentran sentido principalmente dentro del mismo entorno que los genera. El “cliente” se transforma en “estudiante permanente”, y el gurú en el proveedor exclusivo de sentido. Se predica libertad, pero se fomenta dependencia. Se habla de consciencia, pero se instala obediencia.

La venta de “la verdad” empaquetada se ha convertido en una industria lucrativa, y muchos entran por hambre de sentido… para terminar tragando recetas.

La ontología era otra cosa

Cuando hablamos de ontología del lenguaje, hablamos de algo muy distinto a lo que muchos han hecho de ella. Hablamos de una mirada que parte de la duda, no de la certeza. Hablamos de una práctica que se sostiene en la escucha profunda del otro, especialmente del diferente. Hablamos de una ética que pone al ego en su lugar y que rechaza todo mesianismo.

Hoy muchos “gurús” del coaching no soportan ser cuestionados. Rechazan el disenso. Castigan la crítica. Inmovilizan la evolución del pensamiento porque ellos ya tienen las respuestas.

Pero una práctica verdaderamente transformadora no puede sostenerse en la idolatría. No puede depender de un nombre, de un método cerrado, ni de una narrativa sin fisuras. La vida no es un power point ni un modelo con siglas. La vida es ambigua, paradójica, contradictoria. Y el coaching debe estar a la altura de esa complejidad.

Hacia un acompañamiento lúcido y horizontal

Cada día somos más los que creemos en una práctica radicalmente distinta. No creemos en salvadores, ni en fórmulas mágicas, ni en títulos de sabiduría. Creemos en el pensamiento relacional, en el aprendizaje colectivo, en la humildad de saber que nadie tiene la última palabra.

Nuestros alumnos no repiten. Reflexionan. Nuestros formadores no pontifican. Escuchan. Y nuestras preguntas no buscan cerrar, sino abrir.

Tal vez sea hora de dejar de mirar hacia arriba buscando líderes incuestionables. Tal vez sea hora de mirarnos entre nosotros, y atrevernos a construir otro camino: más crítico, más humano, más real.