El rechazo duele, es uno de los miedos más recurrentes que tenemos, es ese miedo a no ser aceptado, a que no te quieran; suele comenzar esta inquietud al final de la niñez, cuando empiezas a separarte un poco de tus padres, comenzando la adolescencia, una edad siempre delicada donde todos estamos buscando nuestro sitio, nuestra identidad, donde nos empezamos a medir las fuerzas, también es la edad donde empiezas a tener los primeros amigos “de verdad”, donde empiezas a tener sentimiento de grupo, y eso de “pertenecer al grupo” y ser aceptado se hace muy importante, queremos que todos nos acepten, que todos nos quieran.
Es una edad en que somos especialmente permeables y donde el rechazo (a veces, se transforma en bullying) nos puede hacer sufrir mucho, sobre todo el de la gente más cercana, el de “los amigos”, de los compañeros del colegio.
No aceptamos que podemos ser rechazados o no gustar a alguien, no sabemos ser rechazados, nadie nos enseña estas cosas. Nos cuesta que no nos quieran, siempre pensamos que es injusto, que no tienen motivos; y es posible que sea verdad, pero quien dijo que la vida era justa?
Las personas dentro de su libertad de elegir, no nos eligen a nosotros y nuestro esfuerzo debe concentrarse en entender que no pasa nada. Yo, particularmente, no conozco a nadie que no sea rechazado por alguien, incluido yo mismo, por supuesto.
Sin embargo, en esas edades lo sentimos como algo propio, como algo que solo nos pasa a nosotros, Ahora, con una cierta madurez, resulta interesante tomar un poco de distancia, observar por quien eres rechazado y si realmente crees que te preocupa, tratar de entender o de contarte porqué te importa ese rechazo, a lo mejor, con una simple reflexión lo colocas en su sitio y lo que te parecía muy importante se diluye como un azucarillo, suele pasar.
Solo una reflexión, la vida es tuya y tu eres tu juez, tu amigo y tu mentor, no debemos dejar en manos de los demás la llave de nuestra autoestima, además, seguro que a ti no te gustan muchas personas y en el fondo tampoco sabes porqué.
Se trata de poner las cosas en el sitio justo, ayuda a vivir mejor.